Imaginar
el futuro es una tarea que emprendemos todo el tiempo. No importa cuál futuro
sea, aun el más cercano y nimio, es un futuro que nos importa: ¿qué vamos a
comer en la noche?, ¿qué traje me voy a poner para salir con mi pareja?, ¿iré al
supermercado hoy o mañana? Cada instante, cada segundo, nuestra mente calcula
sus futuros y decide sus cursos de acción: de esa capacidad de cálculo dependió
alguna vez nuestra especie para sobrevivir y en la actualidad, sigue siendo la
enseña de nuestra naturaleza.
Sin
embargo, el futuro nos llena también de angustia. Porque tenemos miedo de lo
desconocido, de lo inesperado, de las amenazas que puedan traer consigo.
Siempre ha sido así y no es de extrañar que sea así ahora. Tan importante es
para nosotros que hemos aprendido a calcular y calcular, a imaginar qué pasaría
si ocurriera esto o qué haríamos si sucediera esto otro. Es el eje sobre el que
se basa la especulación, los proyectos y planes, y hasta la literatura.
La
ciencia ficción es un género literario que apuesta constantemente por futuros
imaginados. Propone una imagen de lo que pueda depararnos nuestras acciones,
una imagen que muchas veces resulta atrevida, incluso, intimidante. ¿Por qué?
Pues porque la mayor parte del tiempo lo que domina nuestros cálculos de futuro
es el temor. Y es que cuando calculamos el futuro no podemos evitar pensar en
el pasado: en nuestras experiencias, fallidas o acertadas; en nuestros errores,
en nuestras culpas. El pasado es el gran telón de fondo de nuestro futuro y lo
sigue siendo a menos que rompamos con él.
Esto
no significa que haya que ser lúgubres. Podemos imaginar futuros
brillantes, cargados de gloria y éxito. No es preciso augurar solo errores o
desaciertos. Y la ciencia ficción se ha atrevido con todo: con los futuros
oscuros y también con los claros. Porque en nuestro pasado también hemos
brillado, hemos acertado, hemos sabido sortear el peligro. El año 2062 que
pinta Señora del tiempo no es un año perfecto ni es una Costa Rica sin errores,
pero es mucho más accesible que otros futuros posibles: en ese año vive gente
que se preocupa por nuestro bienestar y que es capaz de anticipar el peligro y
salvarnos de él.
Y
aun así, todos estos futuros son proyecciones. ¿Qué nos espera el 2019? Ya
imaginemos un futuro de una forma u otra, siempre será un cálculo, una estimación
de nuestra naturaleza precavida y temerosa, una estimación que nos sirve para
prevenirnos, para estar seguros. No es preciso convertirla en una ominosa fase
de oscuridad, porque también puede ser brillante. El 2019 se nos presenta como
un año más, un año en el que habremos de vivir muchas nuevas experiencias y que
pueden ser tanto sombrías como hermosas.
Todo
dependerá, al final, de cada uno de nosotros.