Wednesday, February 28, 2018

Entre realidad y no-realidad...


Recuerdo bien cuando Una sombra en el hielo salió a la luz, allá por el año 1995 (ECR), en una época en que en Costa Rica no se hablaba de ciencia ficción propia y quizá tampoco extraña. En aquel entonces no tenía idea de que estuviera saliéndome de un esquema tradicional de escritura costarricense, pues ignoraba todo sobre la ciencia ficción que aquí se escribía, si habría habido o si no: mi interés era contar mi historia y mi entusiasmo se enfocaba en que dicha historia había sido no solo publicada, sino incluso, ¡hasta ganado un premio!

Pero en realidad, Una sombra en el hielo era un bicho raro en medio de un universo de historias realistas, dirigidas a representar problemas o situaciones de una Costa Rica presente o pasada, pero con visos de realidad. Mi novelita se escapaba  de aquella tradición no sólo por el escenario físico (ocurría en una base polar, allá en el Ártico), sino también por el tiempo (los hechos se daban en 2195) y por los personajes (ningún tico). La mayoría de las historias que me rodeaban, en cambio, contaban tramas desarrolladas en suelo nacional, con personajes nacionales, envueltos en problemas o conflictos nacionales, de larga data o de reciente aparición. Cualquier historia desarrollada en otras tierras, solía ser extranjera; y cualquier historia ambientada en un futuro distante, había sido escrita por algún autor anglosajón para entretenimiento de las masas.

En cierta forma, creo mi historia no causó tanta extrañeza como podría haber causado. Después de todo, Una sombra en el hielo había ganado el Premio Joven Creación de la Editorial Costa Rica, el cual, tal como su nombre lo indica, se dedica a impulsar a los escritores jóvenes, y como la ciencia ficción había sido asociada tradicionalmente a las mentes juveniles, quizá no vieron como raro el que una novelita escrita por una chica veinteañera fuera precisamente de ese género.

Con el tiempo, me di cuenta de que, en realidad, estaba rodeada de un mar de prejuicios hacia la ciencia ficción y de que el jurado, afortunadamente, había pasado por alto esos prejuicios para premiar mi novela. En aquel entonces, era muy fuerte la idea de que la ciencia ficción era “solo” un género “juvenil” (en lo que sutilmente se nos tachaba a los jóvenes de “simples”, “superficiales”, “poco serios”), que “solo” escribían los “extranjeros” (pues los grandes nombres de la ciencia ficción eran todos norteamericanos o británicos) para “entretener” sin profundidades ni reflexiones. Que apenas se diferenciaba de los cuentos infantiles donde reinaban los dragones, los magos o brujos y los seres extraños: esos terrenos de la fantasía, tan propios de los “niños”. Para el sentido común de la época, la fantasía y la ciencia ficción no eran más que caras de una misma moneda de evasiones: el entretenimiento preferido de mentes no entrenadas, ingenuas incluso.

Lo sorprendente había sido, entonces, que Una sombra en el hielo hubiera sido apreciada en un premio importante, que brillara con luz propia y que se atreviera a indagar literariamente en un mundo que solo debía haber estado reservado para las historias “serias”. Bien pensado, fue una situación inusual.

Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces. No creí entonces semejantes nociones y menos las creo ahora, ya consciente de que la fantasía y la ciencia ficción no sólo son géneros literarios que ofrecen textos de alto contenido artístico y humano, sino que son complejos: no están hechos para mentes “simples” (¡ni siquiera los denostados cuentos de hadas lo están!). Tampoco fueron concebidos para evadir realidades, sino para todo lo contrario: para hacernos ver la realidad de frente.

Cuando escribí Señora del tiempo, casi veinte años después de Una sombra en el hielo, era una escritora mucho más consciente de los prejuicios y falsas ideas en torno al género que había aprendido a amar y cultivar, pero al mismo tiempo, sabía que no tenía por qué considerar que mi historia sería “evasiva”, “superficial” o “simple”. Quería un relato de una realidad: el peligro de los sismos en Costa Rica. Y de otras realidades problemáticas: los prejuicios que echan para atrás el progreso científico o, peor aún, la aplicación de sus descubrimientos; la existencia de personas diferentes que, no por se diferentes, son malas o despreciables, pero que son vistas como tales; la persistencia de un (mal) apego a lo antiguo solo porque es antiguo; y otras muchas más, que son corrientes en nuestro país y en otros muchos. No era mi intención evadirme de ningún entorno, tal como no lo fue cuando escribí Una sombra en el hielo.

Una sombra en el hielo quería contar la historia de una mujer que se destacó por la ciencia. Era mi manera de decir: la ciencia no tiene género. Señora del tiempo, a su vez, quería contar que la realidad no es solo lo que vemos, sino también lo que no vemos; no es solo lo que pensamos que debe ser, sino también lo que quizá no nos imaginamos, y que, si somos capaces de reconocer que existe, podemos beneficiarnos y mucho. Ninguna de las dos historias cuenta algo que sea ajeno para nosotros: son tanto o más realistas que muchas otras historias que no hablan de descubrimientos científicos o inventos tecnológicos. No son “no-realidad”, sino otra manera de verla, de sentirla, de sorprendernos por ella. Otra manera de hacer literatura.

Señora del tiempo cumplirá en 2018 cuatro años de haber visto la luz y Una sombra en el hielo alcanzará los 23, ambas hermanadas en una misma vocación: contar una historia… =)

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